La supuesta desconexión estival suele venir acompañada de una carga mental extra: idear planes para que la familia no se aburra, sostener (o reinventar) rutinas, preparar comidas a deshoras y, al mismo tiempo, intentar arañar un instante de descanso para ti. Todo ello bajo la expectativa de unas “vacaciones” que parecen concederse a todo el mundo… excepto a quien sostiene el cuidado diario. Si llega el verano y acabas el día más agotada que durante el curso escolar, no estás sola.
En este post te comparto tres claves sencillas y accionables para aligerar ese peso invisible y recuperar la ligereza que el verano promete. Pon la toalla mental a secar, respira hondo y acompáñame: tú también mereces vacaciones.
La carga mental es el trabajo invisible e incesante de planificar, anticipar y coordinar las necesidades de tu familia, desde acordarte de la crema solar hasta decidir quién llevará a los peques al campamento si surge un imprevisto. No es solo hacer tareas, sino sostener en la mente el recordatorio permanente de que esas tareas existen.
Ejemplo cotidiano: Estás en la playa pendiente de que no se quemen, de cuánto tiempo llevan sin beber agua y, al mismo tiempo, calculando mentalmente qué comprar luego para la cena.
Señales de que la estás cargando demasiado
Antes de “hacer algo” con tu carga mental, necesitas mirarla de frente, abrazar la realidad tal como es y colocarla en el tamaño que le corresponde.
Los veranos con peques son tan intensos como finitos. Hoy reina el caos; dentro de unos años ellos suplicarán planes con sus amistades y tú añorarás estos días. Pregúntate: ¿Cuántos veranos así te quedan por vivir?
Mira tu realidad tal y como es y elige planes auténticamente accesibles y disfrutables. Estate presente en lo que sucede, sin perseguir una versión ideal que no te pertenece. La autoexigencia se suaviza cuando permites que el verano sea como es, sin la presión de “aprovechar cada minuto”.
Cierra los ojos y viaja al futuro: imagínate con tus hijos ya mayores, recordando estos días con ternura. Esa imagen pone en perspectiva la urgencia de cada micro-problema. Respira, suelta y deja que el verano te encuentre.
Cuando la logística veraniega amenaza con desbordarte, apuesta por anticipar y simplificar. Agrupa y optimiza las tareas que se repiten, la lista de la compra y el menú semanal son las que más aumentan la carga mental.
Haz la compra una vez a la semana y mantén una lista predeterminada de básicos: cada vez que se acabe algo, la persona que lo utilice lo anota. Así irás al supermercado con foco y, además, podrás delegar fácilmente: quien vaya tendrá la lista completa y podrá revisar lo que no esté apuntado pero sea necesario.
No olvides añadir conservas y fondos de despensa que faciliten platos veraniegos sencillos y te den flexibilidad para espaciar la compra.
Cocina más cantidad de “bases” como arroz, huevos duros, pasta…. Se conservan bien en la nevera y facilitan cenas exprés o tuppers, de modo que puedas priorizar el tiempo en familia frente a cocinar.
Por último, flexibiliza el estándar de cómo se hace cada tarea. Reducir expectativas y repartir responsabilidades convierte el «tengo que» en «lo hacemos entre todos» y te devuelve minutos y ligereza para disfrutar del verano.
Cuando la crianza aprieta y la carga mental parece ocupar cada rincón de tu día, anclarte en tus valores núcleo actúa como un GPS interno: te orienta, te da perspectiva y reduce la sensación de exigencia constante. Preguntarte «¿Esto responde a lo que realmente es importante para mí y mi familia?» filtra el ruido y clarifica prioridades.
Vivir alineada a lo que importa no elimina el torbellino, pero sí te ofrece un eje firme desde el que decidir, delegar y recargar tu energía con intención. Recuerda la importancia de los momentos de silencio: son la pausa necesaria para escuchar tu brújula interior y sostener el rumbo.
La ira es un semáforo emocional que te advierte de que tu sistema está en sobrecarga. Nombrarla y atenderla a tiempo protege tu vínculo familiar y tu propio equilibrio.
La ira suele encenderse cuando percibimos amenaza a un valor esencial (respeto, seguridad, justicia) o cuando nuestras necesidades básicas sueño, descanso, apoyo, están crónicamente desatendidas. En la crianza esto ocurre con frecuencia: ruido constante, demandas simultáneas y sensación de invisibilidad emocional.
Ver la ira como mensajera te permite responder en lugar de reaccionar. Atiende y agradecer la señal es el punto de partida clave para hacer las cosas de una manera diferente y tomar decisiones a tiempo. Reconocer, nombrar y legitimar la ira protege tanto tu equilibrio interno como el tejido relacional. No es un fallo a corregir, sino información valiosa que, atendida a tiempo, te devuelve a la coherencia con tus valores y reduce la carga mental colectiva. Recuerda que la conexión con el cuerpo y la escucha de sus señales se entrena.
Si te sientes identificada y quieres que valoremos juntas tu caso escríbeme y agendamos una llamada de valoración sin compromiso.
¿Te apetece que nos encontremos en un espacio más íntimo? Suscríbete a la Slowcommunity.
Si te apetece leer sobre este tema te recomiendo:
«Mujeres visibles, madres invisibles». de Laura Gutman